Este artículo es una réplica a otro de Francisco
Capella titulado «Más problemas del anarcocapitalismo», publicado en la web del Instituto Juan de Mariana (IJM), el 11/08/2016. Empieza Capella su argumentación con esta frase: «Independientemente de la corrección o
validez de sus ideas, el anarcocapitalismo es una teoría política (o
antipolítica) extrema, muy minoritaria, y con un alto porcentaje de fanáticos e
ingenuos entre sus seguidores». Mal comienzo sin duda porque la esencia de un debate intelectual, precisamente, es la
corrección y validez de los argumentos presentados y no el número de seguidores
que tengan ciertas ideas. No es epistemológicamente aceptable apelar a una pretensión democrática
de la verdad, regla que nuestro autor evidentemente olvida cuando se trata de
comparar el número de liberales con el de socialistas. Hace pocas semanas Capella impartió en Málaga una magnífica
conferencia TEDx donde afirmaba que la ausencia de libertad —el socialismo— era
imposible que funcionara (Mises, 1920), por eso, no entendemos que ahora diga, de otro modo y
en otro foro, que un «poquito» de socialismo (minarquismo) sí es posible porque la ausencia total de socialismo (anarcocapitalismo) no es posible. ¿Ustedes entienden esto?
Thomas Hobbes |
Apelando al argumento de Thomas Hobbes —el hombre es un lobo para el hombre— Capella opina que el monopolio de la violencia estatal es un mal menor que debemos asumir y, por ello, algunos sectores económicos como Defensa, Seguridad y Justicia deben seguir en manos de un «Gran Lobo» que es más fiable que muchos pequeños lobos actuando libremente en el mercado. Admito que el anarcocapitalismo para algunos (Dalmacio Negro) es una utopía fuerte —algo imposible— mientras que para otros es una utopía débil —algo difícil de conseguir. Eso está por ver. El problema es que los apóstoles del Estado, incluidos los minarquistas del Estado «pequeñito», siguen dando vida y amparando intelectualmente la violencia institucional, eso sí, sólo en pequeñas dosis.
José Hdez. Cabrera |
Respecto de los argumentos económicos que justifican la existencia del
Estado no voy a criticar, una vez más, la endeble teoría samuelsoniana de los
bienes públicos, externalidades y free riders. Tan solo quisiera aclarar que el anecdótico ejemplo de los fuegos
artificiales, que expuse a contrarreloj en el IX Congreso de EconomíaAustriaca, debe interpretarse en este sentido: si la gente
demuestra cooperar económicamente, al margen del free rider, en asuntos poco relevantes para su vida, ¿por qué no
habría de cooperar en otras cuestiones vitales?
Lo que resulta inadmisible del artículo de Capella es su elenco de descalificaciones, algo impropio de quien imparte clases de comunicación de
las ideas. Es una falacia ad hominem calificar a los ancaps como un grupo
de «radicales, fanáticos, ingenuos, fundamentalistas, integristas y adolescentes
inmaduros». El anarcocapitalismo, como decía Rothbard, no es otra cosa que llevar los principios de libertad, propiedad y no agresión hasta sus últimas consecuencias lógicas. Craso error es confundir «integridad» intelectual con «integrismo y fanatismo».
Jesús Huerta de Soto |
Vuelve a equivocarse Capella apelando a una
supuesta evolución positiva del pensamiento que discurre desde posturas
radicales hacia otras más equilibradas, como si ello fuera sinónimo de progresismo intelectual o como si la verdad estuviera en algún sitio intermedio entre
ideas opuestas. El hecho es que muchos ancaps no lo fueron en sus tiempos
mozos y sólo abrazaron la anarquía de mercado en su madurez intelectual, caso de Rothbard, Hoppe, Huerta de Soto y
Bastos, entre otros. Capella presume de haber «evolucionado» hacia la
sensatez y de haber influido (tal vez) en Rallo en este sentido. El pasado
julio, en Lanzarote, Rallo afirmaba que el anarcocapitalismo pudiera ser
deseable, pero que no lo creía factible; por este motivo, tal vez, defienda
un Estado del 5%, pero al menos lo hace respetando a quienes opinamos que un 5%
de coacción es inmoral. Espero que los dirigentes del IJM recuperen la mejor
tradición escolástica que defendía la libertad, la propiedad y la justicia «sin
concesiones», tal y como decía ufanamente el profesor Huerta de Soto refiriéndose a sí
mismo el pasado 3 de junio al recibir el X Premio Juan de Mariana.
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