miércoles, 3 de febrero de 2016

Empresa, empleo y precariedad














Leo en Facebook este comentario de mi amigo y empresario Jaime Blanco y no me resisto a suscribirlo. El empresario nunca tiene asegurado su "empleo", su actividad, por definición, se desarrolla en un entorno competitivo donde reina la incertidumbre. Los que se quejan de que el empleo es precario parecen ignorar que la empresa es la organización precaria por excelencia. Ninguna empresa, ni siquiera las corporaciones, está a salvo de la quiebra. Por ejemplo, el desplome del barril de crudo de $115 a $30 en el último año y medio ha evaporado ya $250.000 millones del valor bursátil de las grandes petroleras europeas. Repsol, nuestra joya de la corona, ha perdido 50% de su valor en bolsa. El empleo indefinido es un mito.

Atlas
Si por precario entendemos que algo es poco estable, poco seguro o poco duradero, no hay nada más precario que la empresa. Sin embargo, todos exigen al empresario -el trabajador más precario de todos- que proporcione empleo estable, seguro y duradero, algo imposible a todas luces. La mayoría de la sociedad pretende que el empresario se comporte como Atlas, el joven titán de la mitología griega que fue condenado por Zeus a sostener la tierra bajo sus hombros.

El trabajo -afirma Mises- es un factor de producción escaso, pero si sobra capacidad laboral no es por culpa de los empresarios sino por factores institucionales. La mal llamada "protección" laboral es un regalo envenenado al empleado pues eleva el coste de su trabajo por encima de su productividad marginal. El empleado, aunque no lo sepa, deberá producir lo suficiente hasta pagar el último privilegio otorgado. Desde el punto de vista jurídico, la perversa legislación laboral -que debería ser erradicada- convierte al empresario en un presunto culpable y al empleado en un ser exento de responsabilidad legal. 

Como dice mi amigo Jaime, una empresa no es una ONG y cualquier empresario que no se comporte de forma económicamente implacable acabará siendo expulsado del mercado por los propios consumidores, que son seres aún más implacables. Quien afirma que la misión de la empresa es crear empleo es un mentiroso o un ignorante. El empleo no es un fin empresarial sino un medio; el trabajo es un factor de producción igual que lo son las materias primas, las máquinas o la electricidad. Solamente un estúpido afirmaría que la finalidad de su empresa es aumentar los costes. Mientras no se entienda que la empresa es un ente esencialmente precario; mientras políticos, sindicalistas y empleados exijan, como si el hombre fuera un inválido, que el empresario les proteja de los avatares de la vida, no habrá suficientes huéspedes para tanto parásito. Estos enemigos de la realidad reclaman para sí una seguridad que el libre mercado jamás puede ofrecer a nadie. Tampoco entienden las leyes inexorables de la economía y que toda servidumbre impuesta bajo coacción al empresario será trasladada al mercado en forma de desempleo involuntario o descontada al trabajador de alguna manera.

lunes, 1 de febrero de 2016

El Estado es Dios

Esto dice el Evangelio de Mateo, cap. 22: «Maestro, [...] ¿Es o no es lícito pagar tributo al César?. A lo cual Jesús, conociendo su malicia, respondió: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Enseñadme la moneda con que se paga el tributo. Y ellos le mostraron un denario. Y Jesús les dijo: ¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Respóndele: Del César. Entonces les replicó: Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Muchos han visto en esta frase la legitimación cristiana de la confiscación. Sin embargo, que un rostro se acuñe en una moneda no significa que la moneda sea propiedad de la persona representada por la efigie. La moneda es propiedad de su legítimo dueño. La idea de que todo súbdito, por el mero hecho de serlo, tiene contraída una deuda con su gobernante es una creencia generalizada. Sólo una minoría -los objetores fiscales- cree lo contrario. El impuesto es una deuda espuria porque para que ésta sea legítima debe ser específica y haber sido contraída voluntariamente. La deuda pública también es inmoral, es una subasta anticipada del dinero que será violentamente confiscado a los ciudadanos.
«Dad a Dios lo que es de Dios» también es una creencia, pero la religión no obliga a aquellos que no participan de la fe. La religión predica la solidaridad, pero no la impone bajo la forma de impuesto. La Iglesia católica no obliga al ateo o al creyente en otro credo a cumplir sus preceptos y a admitir su moral heterónoma pero, paradójicamente, justifica la violencia que ejerce el Estado (2240): «La sumisión a la autoridad y la corresponsabilidad en el bien común exigen moralmente el pago de los impuestos, el ejercicio del derecho al voto, la defensa del país: Dad a cada cual lo que se le debe: a quien impuestos, impuestos; a quien tributo, tributo; a quien respeto, respeto; a quien honor, honor» (Rm 13, 7). A alguien se le permite no creer en Dios, pero nadie debe resistirse a creer en el Estado, el Dios de dioses. Los alemanes no-católicos están exentos de pagar el impuesto eclesiástico pero el que no cree en el Estado no merece el mismo trato. Lasalle dijo: «El Estado es Dios», pero muchos parecen asumir implícitamente que el Estado es un Dios superior.