jueves, 28 de enero de 2016

Precio y valor

La mayoría de la gente emplea los términos precio y valor de forma indistinta. Es frecuente decir que el precio mide del valor de las cosas. Esto no es técnicamente correcto. Desde el punto de vista económico, valor es la utilidad que cada persona otorga subjetivamente a un determinado bien. El valor es una categoría abstracta y ordinal que no se puede medir en unidades. Tan solo podemos valorar —o preferir— una cosa más que otra. Pero si el valor no se puede medir ¿qué es el precio? Intentaré explicar que el precio no es una magnitud del valor sino una información relativa a un intercambio.

En un trueque identificamos dos precios. Si se intercambia una vaca por cuatro cabras, el precio de la vaca es 4 cabras y el precio de éstas es la vaca. Vaquero y cabrero son simultáneamente compradores y vendedores. El primero vende una vaca y compra 4 cabras, el segundo vende 4 cabras y compra una vaca.

Con la aparición del dinero esta dualidad se camufla. Si el vaquero vende una vaca frisona por 1.500€ parece que uno de los dos precios se ha evaporado. No es cierto. El que compra la vaca está vendiendo su dinero (1.500€) al precio de la vaca frisona. Esto puede verse más fácilmente en el intercambio de divisas: por ejemplo, el precio de comprar 1 libra esterlina es 1,4€ y el precio de comprar 1€ es 0,7 libras esterlinas. El precio de una cerveza es 1€ y el precio de 1€ es una cerveza o todo aquello susceptible de intercambiarse por ese dinero.


La frase «El precio es lo que se paga. El valor es lo que se obtiene», atribuida a Warren Buffett no es correcta. 1) El precio no se paga. El precio es una información (i.e. etiqueta). Lo que se paga son específicas cantidades de bienes económicos: dinero, productos, servicios, derechos, etc. Por ejemplo, el viajero paga al taxista con dinero y el taxista paga al viajero con transporte. 2) El valor no se obtiene porque se trata de un concepto. Lo que se obtiene también son específicas cantidades de bienes. Como es lógico, quienes participan en el intercambio valoran en sentido contrario lo que posee cada uno. Lo que pagamos vale (subjetivamente) menos que lo que obtenemos.

Si compramos una papaya de 3 kg. por 6€ es relativamente fácil pensar que la pieza de fruta «pesa» 3kg. y «vale» 6€. Este deslizamiento mental conduce al error de considerar el valor como una magnitud y el precio su unidad de medida. Para el cliente, la papaya vale más que los 6€ que entrega y, recíprocamente, para el frutero la papaya vale menos que los 6€ que recibe. Ninguno de los dos entrega «precio por valor», sino dos bienes económicos que son valorados de forma inversa. 

El precio es una cifra monetaria, una información comercial que el vendedor expone al público. En definitiva, mi definición de precio es: «Una información monetaria relativa a un intercambio». Ex ante, el comerciante declara: «Valoro menos mi producto (o servicio) que una cierta cantidad de dinero (precio)». Ex post, las preferencias valorativas (explícitas o implícitas) de los participantes quedan empíricamente reconocidas. 

Que existan muchos intercambios de un cierto bien a un mismo precio no convierte a éste en medida objetiva del valor, porque el valor no reside en el bien intercambiado sino en la mente de las personas que intercambian. El valor siempre es extrínseco (no intrínseco). También es incorrecto decir «valor» de tasación, en lugar de «precio» de tasación. La tasación es una estimación del precio de mercado de una vivienda, joya, obra de arte, etc. El tasador, basándose en datos estadísticos (operaciones ya efectuadas) y otros criterios (oferta y demanda) estima el precio de mercado actual.

viernes, 15 de enero de 2016

Soberanía energética

Escucho con frecuencia en boca de políticos, periodistas e incluso de expertos la expresión "soberanía energética". Nacionalistas, ecologistas y populistas persiguen el objetivo de que Canarias sea un territorio que se autoabastezca con las energías renovables del sol, el viento o las mareas. Esta idea tiene un gran atractivo y cala fácilmente en la opinión pública. Yo creo que se trata de un grave error.
Empezaremos diciendo que no existe tal cosa como "soberanía energética". Soberanía es un concepto político que fue acuñado por el francés Jean Bodin, en 1576, en su ensayo: "Los Seis Libros de la República". Soberanía -afirma Bodin- "es el poder absoluto y perpetuo de una república". La soberanía, por tanto, se refiere a la ausencia de interferencia exterior sobre un gobierno en la toma de decisiones sobre las personas que habitan un territorio delimitado por fronteras. Podemos afirmar que el Estado español (o cualquier otro) es soberano para determinar su política energética. Ningún Estado tiene el derecho de imponer a otro sus leyes en materia energética, alimentaria o en cualquier otra materia.
Cuando se dice "soberanía energética" o "soberanía alimentaria" lo que realmente se significa es que determinado territorio sea autosuficiente para abastecerse de un determinado bien económico y no precisa de su importación. Esta autosuficiencia se denomina autarquía. Por ejemplo, Canarias no precisa importar plátano canario, tomate canario, papas bonitas ni agua de mar. También es un error pensar que por tener sol, viento, volcanes y mareas se puede ser autosuficiente en materia energética. ¿Acaso no hay que importar los aerogeneradores, las placas fotovoltaicas y toda la tecnología necesaria para producir esas energías renovables? ¿Acaso tenemos el hierro y las minas de cobre para fabricar las redes de distribución eléctrica? ¿Acaso no hay que importar el conocimiento técnico? 
De la "soberanía alimentaria" solo decir que se trata de un solemne disparate. Tendríamos que volver a cultivar cereales y criar cochinos como antaño, todo para malvivir, pasar hambre y emigrar finalmente a un sitio donde no haya enemigos del comercio. Pregunten a sus abuelos cómo era la vida "bucólica y autosuficiente" de los años 40 en Canarias y verán que pronto despiertan del sueño ecologista. Si alguien piensa que la autarquía es deseable puede probar e irse a vivir una temporada con una tribu del Amazonas; allí se vive en perfecta autosuficiencia de todo, sin polución, sin capitalismo y sin tener que soportar el malvado comercio. La autarquía es la ruina, es el freno al progreso económico, al bienestar, a la calidad de vida y a la civilización. Ya lo decía David Ricardo cuando formuló su Ley de Asociación: es más rentable que cada cuál se dedique a producir aquello en lo que sobresale para luego intercambiar esos productos y servicios en el mercado. Cuanto más se especialice el trabajo, mucho mejor para todos. Por ese motivo, porque era más ventajoso para la vida, los campesinos canarios cambiaron la guataca por la bandeja y el sacacorchos, dejaron la yunta de bueyes y se emplearon en un hotel y así hasta alcanzar el nivel vida que disfrutan hoy. Solamente los necios, los enemigos de la realidad y los cegados por el nacionalismo pueden preferir la tribu a la civilización.

jueves, 7 de enero de 2016

Contra el impuesto progresivo

Hoy voy a escribir en contra del impuesto progresivo e intentaré señalar por qué es perjudicial para la sociedad en su conjunto. Comenzaré afirmando sin ambages que todo impuesto, del tipo que sea y por pequeño que sea, constituye un robo de la propiedad privada. Toda exacción es una agresión institucional al individuo basada en un supuesto derecho de cobro por los servicios públicos que presta el gobierno. La legitimidad del impuesto se sustenta en un frágil e imaginario «contrato social» que todavía nadie ha visto ni firmado. 

El impuesto sobre la renta se remonta a 1799 (William Pitt «El Jóven», Inglaterra) y se popularizó a partir del nacimiento del Estado social, a finales del siglo XIX. En menos de 20 años, doce países (Japón 1887, Alemania 1891, Nueva Zelanda 1891, Canadá 1892, Holanda 1892, Italia 1894, Austria 1896, Suecia 1897, Dinamarca 1903, Noruega 1905, Francia en 1909 y EEUU 1914) introdujeron este impuesto, aunque el tipo marginal nunca superó el 10% (excepto Italia, que era 20%). El aumento de la confiscación se debió, principalmente, a las necesidades de los gobiernos para financiar las guerras y el sostenimiento del Estado social. 

El impuesto más simple y menos lesivo es el de capitación: todos los individuos señalados por el gobierno pagan una misma cantidad, al margen de su renta. Un segundo tipo es el impuesto proporcional que grava la renta con un tipo marginal único; es el llamado flat tax. Esto no significa que todos paguen lo mismo pues el 10% de 1.000€ no es la misma cantidad que el 10% de 10.000€. Aunque existe una fiscalidad «plana» todos los contribuyentes pagan cantidades distintas. Este sistema, admitido generalmente en la sociedad como justo, obedece al principio fiscal de «capacidad de pago», en línea con la infame regla marxista que reza: «De cada cuál según su capacidad». Nadie en el libre mercado aplica esta regla. Sólo en contadas ocasiones, los proveedores cobran una tarifa superior a quienes tienen mayor renta y si estos no están conformes se van a la competencia. Nadie sensato admitiría que a la salida del supermercado o del bar le pidieran su nivel de renta para aplicar un cobro «progresivo». Es curioso cómo en la mente humana pueden cohabitar amigablemente dos formas distintas de entender la justicia.

En el impuesto progresivo, la tasa progresa conforme lo hace el objeto imponible (renta). Por ejemplo, el que gana 1.000€ paga 10%, el que gana 2.000€ paga 20% y así sucesivamente hasta fundir los plomos a los que más ganan, tal y como sugerían Marx y Engels en el decálogo de medidas del Manifiesto Comunista, en 1848.

Hecha esta breve introducción, describiré los daños que ocasiona el impuesto progresivo a la sociedad. Primero, se trata de un impuesto antisocial pues la escala de gravamen actúa como una escalera donde cada peldaño es un obstáculo para el progreso de los más aptos y el descenso de los menos aptos. Recordemos que, en el libre mercado, el éxito económico lo obtienen aquellos que mejor han servido los intereses de los consumidores. Si la renta de un cirujano es 10 veces la renta de un enfermero es porque el primero rinde a los consumidores servicios de mayor valor que el segundo. Penalizar al más productivo, que es quien mejor sirve los intereses de la sociedad, es una medida claramente antisocial pues se opone a los deseos del público, expresados en el plebiscito diario del mercado y conducido por el sistema de precios. 

Alberto Benegas Lynch (h)
En segundo lugar, el impuesto progresivo (al contrario que el impuesto proporcional) altera las posiciones patrimoniales relativas de las personas y esto provoca una mala asignación de los factores productivos, que son siempre escasos. Si el cirujano tiene menos dinero (porque el gobierno se lo quita) la inversión en equipamiento (bienes de capital) para su consultorio será menor. Pero como los salarios dependen de la cantidad de capital disponible, el salario del enfermero también será menor de lo que hubiera sido en otro caso. En términos agregados y netos, el beneficio procedente de la redistribución que efectúa el gobierno siempre será menor que el beneficio derivado del aumento de salarios reales en una economía altamente capitalizada porque en el primer caso es preciso alimentar una burocracia improductiva (valga la redundancia). Por este motivo, como afirma el profesor Alberto Benegas Lynch (h), el impuesto progresivo, cual boomerang, actúa de forma «regresiva» perjudicando a todos los asalariados y especialmente a aquellos con menor renta.

Gérard Depardieu
En tercer lugar, el impuesto progresivo actúa como un freno a la producción, al trabajo y al esfuerzo. Aquellos trabajadores marginales, cuyas rentas se sitúan próximas al siguiente tramo en la escala de gravamen, procurarán no aumentar su esfuerzo para evitar el siguiente rejonazo fiscal. Evitarán pasar de un tipo marginal inferior a otro superior porque este hecho merma la productividad marginal del trabajo y hace, relativamente, más valioso el tiempo libre. De modo inverso, aquellos trabajadores marginales cuyas rentas se sitúan en la parte baja de un tramo superior procurarán reducir su esfuerzo para desplazarse al tramo inferior de la escala de gravamen. Otras personas con rentas altas -deportistas de élite, artistas, directivos- trasladan su residencia a países menos hostiles (fiscalmente) como hizo el actor Gérard Depardieu, en 2012, cuando François Hollande anunció un tipo marginal «solidario» de 75% para las rentas superiores al millón de euros. Por último, están los que optan por la contraeconomía. Todos ellos, ricos y pobres, actuarán de forma racional para defenderse de la depredación fiscal.