Escucho con frecuencia en boca de políticos, periodistas e incluso de expertos la expresión "soberanía energética". Nacionalistas, ecologistas y populistas persiguen el objetivo de que Canarias sea un territorio que se autoabastezca con las energías renovables del sol, el viento o las mareas. Esta idea tiene un gran atractivo y cala fácilmente en la opinión pública. Yo creo que se trata de un grave error.
Empezaremos diciendo que no existe tal cosa como "soberanía energética". Soberanía es un concepto político que fue acuñado por el francés
Jean Bodin, en 1576, en su ensayo: "Los Seis Libros de la República". Soberanía -afirma Bodin- "es el poder absoluto y perpetuo de una república". La soberanía, por tanto, se refiere a la ausencia de interferencia exterior sobre un gobierno en la toma de decisiones sobre las personas que habitan un territorio delimitado por fronteras. Podemos afirmar que el Estado español (o cualquier otro) es soberano para determinar su política energética. Ningún Estado tiene el derecho de imponer a otro sus leyes en materia energética, alimentaria o en cualquier otra materia.
Cuando se dice "soberanía energética" o "soberanía alimentaria" lo que realmente se significa es que determinado territorio sea autosuficiente para abastecerse de un determinado bien económico y no precisa de su importación. Esta autosuficiencia se denomina
autarquía. Por ejemplo, Canarias no precisa importar plátano canario, tomate canario, papas bonitas ni agua de mar. También es un error pensar que por tener sol, viento, volcanes y mareas se puede ser autosuficiente en materia energética. ¿Acaso no hay que importar los aerogeneradores, las placas fotovoltaicas y toda la tecnología necesaria para producir esas energías renovables? ¿Acaso tenemos el hierro y las minas de cobre para fabricar las redes de distribución eléctrica? ¿Acaso no hay que importar el conocimiento técnico?
De la "soberanía alimentaria" solo decir que se trata de un solemne disparate. Tendríamos que volver a cultivar cereales y criar cochinos como antaño, todo para malvivir, pasar hambre y emigrar finalmente a un sitio donde no haya enemigos del comercio. Pregunten a sus abuelos cómo era la vida "bucólica y autosuficiente" de los años 40 en Canarias y verán que pronto despiertan del sueño ecologista. Si alguien piensa que la autarquía es deseable puede probar e irse a vivir una temporada con una tribu del Amazonas; allí se vive en perfecta autosuficiencia de todo, sin polución, sin capitalismo y sin tener que soportar el malvado comercio. La autarquía es la ruina, es el freno al progreso económico, al bienestar, a la calidad de vida y a la civilización. Ya lo decía
David Ricardo cuando formuló su Ley de Asociación: es más rentable que cada cuál se dedique a producir aquello en lo que sobresale para luego intercambiar esos productos y servicios en el mercado. Cuanto más se especialice el trabajo, mucho mejor para todos. Por ese motivo, porque era más ventajoso para la vida, los campesinos canarios cambiaron la guataca por la bandeja y el sacacorchos, dejaron la yunta de bueyes y se emplearon en un hotel y así hasta alcanzar el nivel vida que disfrutan hoy. Solamente los necios, los enemigos de la realidad y los cegados por el nacionalismo pueden preferir la tribu a la civilización.
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