martes, 9 de julio de 2019

La deuda política de España

https://fee.org.es/art%C3%ADculos/la-deuda-pol%C3%ADtica-de-espa%C3%B1a/?fbclid=IwAR3WxLfyVniyQdn2dfPtRx-kfRi85E2TBBGZkyZatEhp5DkOl51E0aTDGHA

miércoles, 3 de julio de 2019

Tres errores económicos de Nigel Farage

Nigel Farage es, sin duda, uno de los políticos con mayor protagonismo y éxito en Reino Unido. Su esfuerzo titánico por sacar a su país de la Unión Europea ha sido recompensado y el próximo 31 de octubre, con toda probabilidad, los británicos abandonarán una organización diseñada para alimentar a políticos y burócratas.

El líder del Brexit Party, al igual que su amigo Donald Trump, quiere «hacer a su nación grande otra vez». Entrevistado, el pasado 27 junio, por Breibart News, afirmaba Farage que en su país eran necesarias tres cosas: a) Recuperar la empresarialidad (las regulaciones europeas están matando el secular espíritu emprendedor de los británicos). b) Situar a RU en el siglo XXI mediante la creación de infraestructuras públicas. c) Acometer reformas políticas: combatir la corrupción, eliminar la Cámara de los Lores, etc. 

En la entrevista, Farage mostró su acuerdo con la propuesta de bajada de impuestos de Boris Johnson, pero añadía un reparo: en el caso de las rentas altas, los propietarios se comprarían un chalé más grande en España:"they just buy a bigger villa in Spain". De esta frase inferimos un triple error económico del político británico.

Primero. La futura reducción de impuestos supondrá un dinero extra en el bolsillo de los británicos 𝍩ricos y pobres𝍩 pero nada nos indica que los primeros lo consumirán fuera del país y los segundos en casa. Por ejemplo: un «rico» podría comprarse una villa más grande en Marbella, pero un «pobre» también podría alargar un día su estancia en Benidorm. Otro ejemplo: un británico de clase media podría comprarse un BMW (hecho en Alemania) y un rico un Rolls Royce (hecho en casa).

Segundo. Cuando alguien incrementa su renta disponible puede emplearla en cualquiera de estas combinaciones: a) aumentando el consumo; b) aumentando el saldo en efectivo (ahorro a la vista); c) reduciendo deudas; y d) aumentando la inversión. Lo cierto es que ricos y pobres no emplearán el dinero extra de igual manera. A medida que aumenta la renta, la cantidad dedicada al consumo es proporcionalmente menor, es decir, la propensión marginal al consumo es decreciente. Los ricos ya tienen cubiertas la mayor parte de sus necesidades de consumo y dedicarán el dinero extra a inversión; en cambio, las clases medias y bajas lo gastarán. En ambos casos, el comportamiento económico es impecable. Quienes castigan el ahorro de los ricos pensando que ese dinero no será despilfarrado en champán, en realidad, impiden una mayor acumulación de bienes de capital en la sociedad. Por otro lado 𝍩cree equivocadamente Farage𝍩 que el dinero escatimado a las personas más acaudaladas será gastado de forma más eficiente por políticos y burócratas manirrotos, cuestión a la que me he referido como mito de la inversión pública.

El tercer error proviene de la mentalidad mercantilista: creencia infundada de que somos más pobres cuando el dinero «sale» del país y más ricos cuando «entra» o se «queda». La balanza comercial es otro mito mercantilista: exportación e importación son las dos caras de una misma moneda. A medio y largo plazo ambas tienden a igualarse. El dinero que «sale» del país tiende a «volver» y viceversa. Lo explico más detalladamente en adonde va nuestro dinero.

En conclusión, si Nigel Farage quiere hacer a Reino Unido grande otra vez, cosa muy loable, debe olvidar sus prejuicios mercantilistas y bajar los impuestos a todos: ricos y pobres. Será la inversión privada, y no el gasto público, lo que mejorará la situación económica de los británicos.

sábado, 27 de abril de 2019

Sobre Vox


Desde que abracé el anarcocapitalismo, allá por 2011, no he participado en ninguna consulta electoral. La abstención política es la conducta propia entre quienes piensan que el gremio político es la peor mafia jamás inventada y que todo impuesto es un robo. Sin embargo, la aparición de Vox y su atractivo programa electoral supondrá mi vuelta a las urnas. Votaré Vox porque se opone sin complejos al consenso socialdemócrata. Es el único partido que proclama, si bien parcialmente, los derechos del individuo frente a la agresión estatal. Los demás partidos, o son abiertamente socialistas o se han rendido al socialismo.






El programa económico de Vox es, de lejos, el más liberal de todos: el dinero debe permanecer en el bolsillo de sus legítimos dueños y no en la cartera de los políticos. El actual Estado de bienestar saquea indecentemente la propiedad privada, por tanto, está abocado al colapso económico y moral.

Resultado de imagen de okupas colauLa vivienda privada también debe protegerse frente a los okupas, que proliferan al amparo de comunistas como Iglesias, Carmena o Colau. Es preciso que el Estado aplique la ley, defienda a la víctima y que los okupas sean desalojados de forma expedita. El Estado tampoco debe impedir a la víctima que se defienda con sus propios medios. El uso de armas de fuego, en legítima defensa, es un derecho natural de todo ser humano. 


La gran virtud de Vox es la valentía de sus líderes para decir la verdad sin tapujos. Por fin, alguien en España afirma públicamente que la Ley de Violencia de Género es una aberración jurídica y ética, comparable a las leyes de Núremberg de 1935. El apelativo «feminazi» está bien puesto y define perfectamente a quienes justifican la criminalización del varón.

Resultado de imagen de voxDerogar la Ley de la Memoria Histórica es otro imperativo de la lógica y de la convivencia. Es preciso erradicar el sesgo ideológico en la interpretación de la historia de España. Los perdedores de la Guerra civil deben asumir, de una vez por todas, su responsabilidad en el origen del conflicto.

Lo único que no gusta de Vox es su exaltado nacionalismo español. Las tradiciones –semana santa, toros, caza, pesca– deben protegerse del ataque de los «progres», sin embargo, todo nacionalismo –catalán, vasco o español– es una amenaza latente: siempre termina, por su propia dinámica, en el sacrificio del individuo en el altar del Estado.

No soy partidario de manipular a las masas apelando a sus sentimientos y emociones, pero ya que la izquierda lo hace –demonizando a los ricos, estimulando el odio y la envidia, ofreciendo falsos derechos– la única forma de combatir a la bestia marxista es apelando a otros sentimientos y emociones distintos: patriotismo, familia, religión, épica, etc.  
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Desgraciadamente, el razonamiento económico y filosófico anarcocapitalista, adquirido tras largas horas de lectura y reflexión, se ha demostrado impotente frente a la propaganda marxista. Vox es un partido populista (en democracia todos lo son), pero lo importante es que, una vez llegado al poder, ese populismo no degenere en un Estado totalitario. La agenda de Podemos es clara: replicar el modelo criminal de Venezuela; es decir, llegar al poder usando la democracia para luego abolirla. Actualmente, Vox es la única alternativa creíble para combatir la alianza destructiva de las izquierdas y el entreguismo del centro-derecha.

domingo, 24 de marzo de 2019

Contra la igualdad


Conferencia impartida el 22 de marzo de 2019, en el Real Casino de Tenerife, dentro de las VI Jornadas Liberales de Tenerife.


Sinopsis:
La idea de igualdad, en general, tiene buena fama en la sociedad. Se piensa, acríticamente, que la igualdad es buena y, por tanto, es considerada como un objetivo ético y político. Vamos a reflexionar sobre los distintos conceptos de igualdad para alcanzar una conclusión: la igualdad es inhumana y pretender imponerla por la fuerza no sólo es un error, sino un horror.

En primer lugar, existe una igualdad matemática (i.e. 2 + 2 = 4). Aquí no es posible el desacuerdo ni la discusión ética porque estamos ante una herramienta intelectual abstracta y ajena a la acción humana; pero si nos adentramos en el ámbito social, necesitamos prima facie una definición: «Se dice que A y B son iguales si son idénticos con respecto a un determinado atributo»; por ejemplo: si A y B ganan 1.000€/mes decimos que ambos tienen igual salario.

La naturaleza es diversa, desigual y los hombres también lo son. Lo genuinamente humano es la desigualdad: genética, familiar, étnica, cultural, etc. Todas las personas son desiguales: hombre-mujer, alto-bajo, guapo-feo, blanco-negro, rubio-moreno, listo-tonto, vago-industrioso, frugal-vicioso, etc. Es imposible igualar todas estas diferencias, a las que se añade el azar: la suerte o el infortunio. Las diferencias genéticas, las adquiridas y el ambiente impiden la igualdad de oportunidades y de resultados. Cada cuál tiene sus propias oportunidades: diversas, cambiantes a lo largo de la vida.

La idea de igualdad está vinculada al concepto de justicia. Los igualitarios creen que la desigualdad de resultados es injusta y que compete al Estado reducirla por la fuerza a través de la legislación. Durante la Revolución francesa (1793) la aguja de la catedral de Estrasburgo fue objeto de un proceso judicial: los jacobinos planteaban destruirla por el delito de «injuria a la igualdad»; para salvarla, el maestro cerrajero Stultzer convenció a los republicanos de cubrirla con un gorro frigio gigante que «alabaría las virtudes de la Revolución hasta Alemania». Así, la catedral llevó durante nueve años un gorro rojo que los alsacianos denominaron Kàffeewärmer (la estufilla de café).

La justicia, según Ulpiano, es «dar a cada uno lo suyo». Y como no podemos redistribuir los dones naturales, ni los adquiridos, al igualitario sólo le queda redistribuir el resultado: la riqueza. Con el pretexto de la igualdad y de la espuria «justicia social», el Estado ha legalizado el robo masivo de la propiedad privada y la mayoría de la sociedad lo ha aceptado.

La desigualdad económica no es injusta si los medios que la han causado son justos. Por ejemplo, millones de personas juegan a la lotería, tras cada sorteo unos pocos agraciados son ricos y el resto es algo más pobre. Este aumento de la desigualdad económica no es objeto de condena moral. Los igualitaristas, si fueran consecuentes, no participarían en los juegos de azar.

Otra gran falacia es: «Igual salario por igual trabajo». Esta queja, común entre las feministas, presenta un doble error: a) Económico: El empresario no paga según el tipo de trabajo, sino por la productividad en el trabajo. El salario es la estimación subjetiva de la contribución del empleado a la facturación de la empresa. Si todos los empleados tienen desigual rendimiento, lo justo (según Ulpiano) sería que todos cobraran salarios distintos, algo observado en los deportistas profesionales que juegan en equipos. b) Ético. El empresario, como propietario de su empresa, debe ser libre de convenir salarios con cada empleado. Esta libertad debe respetarse aún en el supuesto de que se equivoque al calcular la productividad o de la existencia de sesgos y prejuicios.   

Las pretensiones de igualdad de resultados siempre son parciales e interesadas. Nadie quiere igualarse con otro «por abajo». Por ejemplo, son los guardias civiles y policías nacionales los que quieren igual salario que los agentes locales y autonómicos. Al revés nunca sucede.

Con frecuencia, igualdad y solidaridad se confunden. La desigualdad humana no es incompatible con la compasión, la ayuda y la caridad, virtudes todas humanas. Pero la ayuda al prójimo o la solidaridad (voluntaria) no busca la igualdad entre el donante y el receptor de la ayuda, sino mitigar la situación del último.

En conclusión, lo genuinamente humano es la desigualdad: genética, de personalidad y carácter, de origen (étnico, familiar, geográfico), cultural, de intereses y preferencias, en el azar, etc. Fruto de todo ello es la desigualdad económica de rentas y riqueza. Pretender la igualdad mediante la fuerza, vía legislación, es inmoral y quiebra el principio de justicia, entendido como «dar a cada uno los suyo». La única igualdad legítima es la igualdad ante la ley.

martes, 12 de marzo de 2019

Sobre el empoderamiento




Max Weber
En la literatura empresarial se afirma que es bueno «empoderar» a los empleados para que sean capaces de actuar y tomar decisiones en ausencia de sus jefes directos. El feminismo pretende el «empoderamiento» de las mujeres, es decir, que estas desempeñen cargos con más poder. Hoy pretendo criticar ambos conceptos desde el significado weberiano de «poder». 

Según el famoso sociólogo Max Weber (1864-1920): «Poder o macht (capacidad de imposición) significa la probabilidad de imponer en una relación social la voluntad de uno, incluso contra la resistencia del otro, con independencia de en qué se apoye esa probabilidad» (Weber, 2006: 162). En otras palabras, poder es la capacidad de ordenar la conducta ajena mediante la amenaza o ejercicio efectivo de la violencia.

Por tanto, los empresarios y empleados a su servicio no ejercen poder ni dentro ni fuera de la empresa porque las relaciones laborales y comerciales se basan en el libre intercambio de bienes económicos (trabajo, productos y servicios). Las relaciones económicas son contractuales. Lo que se llama «poder económico» no es otra cosa que mayor «capacidad adquisitiva». Y el «poder de negociación» sólo implica la existencia de mayores opciones disponibles. Empoderar a los trabajadores, en realidad, significa dotarles de mayor autonomía, dentro de unos límites y siguiendo unos criterios generales de actuación.

Empoderar a las mujeres, en cambio, se refiere al poder en sentido weberiano, de imposición a los demás. Por ello, el empoderamiento feminista es muy peligroso, porque pretende hacer uso de la violencia legislativa para alcanzar sus objetivos. Solamente es ético el poder que ejercen los padres con sus hijos pequeños, el poder en caso de legítima defensa y el que procede de una resolución judicial. Pero tanto el poder político como el que ejerce un criminal privado son moralmente inaceptables.

Un orden social ético debe renunciar al poder político y hacer que todas las relaciones sociales estén basadas en la persuasión y la convicción, algo que Weber (2006: 162) llamaba dominación o herrschaft: «La probabilidad de que determinadas personas obedezcan una orden con un contenido determinado». En el Derecho Romano, poder es equivalente a potestas y dominación a auctoritas. El poder consigue la obediencia por la fuerza mientras que la auctoritas la consigue pacíficamente.

En definitiva, buscar el empoderamiento no es nada edificante pues supone apelar a la violencia como medio para alcanzar fines, es decir, el empoderamiento es una injerencia ilegítima en los fines de los demás. Actualmente, la forma más extensa y profunda de empoderamiento reside en la oligarquía que controla el Estado: partidos políticos, sindicatos, gobierno y parlamentarios. 

Weber, M. (2006). Conceptos sociológicos fundamentales. Madrid: Alianza Editorial.

sábado, 9 de febrero de 2019

Sobre el Principio de Peter


El Principio de Peter es un libro de management escrito, en 1969, por el catedrático de Ciencias de la Educación Laurence J. Peter. La tesis de Peter es la siguiente: «En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia». Es decir, los trabajadores más competentes son ascendidos paulatinamente hasta que alcanzan un puesto donde ya no son eficientes y ahí son retenidos. Esta idea, tan sugerente por otra parte, ya había sido expuesta por el filósofo José Ortega y Gasset, en la década de 1910. 

El Principio de Peter puede ser visto como un «fallo» de la organización empresarial, como un mal endémico a toda corporación, especialmente aquellas altamente estructuradas y jerarquizadas: ejércitos, multinacionales, etc. Este Principio ha sido asumido, acríticamente, como una verdad del management: por ejemplo, un buen médico puede resultar un pésimo director de hospital; un excelente académico puede resultar un mal rector de universidad; un buen comercial puede resultar un pésimo jefe de ventas, etc. 

Hoy analizaremos críticamente el famoso Principio de Peter. En primer lugar, deberíamos preguntarnos si las empresas hacen bien en ascender a los mejores, es decir, a quienes ocupan actualmente niveles de «máxima competencia». ¿Acaso deberíamos dejarlos en su sitio y probar con otros peores? Si no tenemos certeza del futuro desempeño de unos y otros, lo más sensato parece ascender a los primeros. Hacer lo contrario (no ascender a los mejores) sería destructivo para la moral de los empleados y para la organización en su conjunto. Por ejemplo, los incentivos funcionarán de forma perversa: nadie querría ser eficiente para evitar ser retenido en su nivel de máxima competencia. 

En segundo lugar, las habilidades y destrezas requeridas para ocupar puestos directivos pueden ser perfeccionadas. Las organizaciones capacitan a los empleados que demuestran tener potencial para ocupar puestos de mayor responsabilidad. Por ejemplo, en el Ejército suele ser obligatorio superar un curso de capacitación antes de ser ascendido a un empleo superior. Si los sistemas de promoción están bien diseñados, los aciertos superan a los fallos.

En tercer lugar, el Principio de Peter no se cumple en absoluto en algunos sectores. Por ejemplo, en el deporte, sea profesional o amateur, nadie es mantenido en un nivel de incompetencia. Los deportistas suben o bajan de categoría con suma facilidad, en función de su rendimiento. Por tanto, cabría preguntarse: ¿bajo qué circunstancias se cumple el Principio de Peter

Tal vez, el Principio de Peter no sea una norma general del funcionamiento corporativo, sino la consecuencia no deseada de interferencias institucionales. Allí donde la libertad contractual es observada el Principio de Peter no se cumple. En la economía sumergida, paradigma del libre mercado, todo incompetente tiene sus días contados en el puesto. 

En un mercado laissez faire el Principio de Peter no sería la norma, sino la excepción. Cualquier empleado que fuera ascendido y demostrase ser incompetente para el nuevo cargo sería automáticamente devuelto a su posición anterior, pero la legislación (española) interfiere este retorno y exige que al empleado degradado se le siga pagando el mismo salario. Es el legislador, no el empresario, quien premia la incompetencia. En otras palabras, el Principio de Peter es una externalidad del Estado. Por ejemplo, en situaciones de crisis, es frecuente despedir a empleados competentes porque los empresarios no pueden hacer frente a las costosas indemnizaciones de los más antiguos, que han sido blindados. La legislación laboral es la causante de esta gran anomalía.

Por desgracia, la literatura sobre management está plagada de «principios» sin base científica alguna, que no resisten el menor análisis crítico. Por ejemplo, las Leyes de Murphy, en el fondo, no dejan de ser simpáticos chascarrillos: «Si algo puede salir mal, saldrá mal»; «La tostada siempre cae del lado de la mantequilla», etc. 

En definitiva, si los dueños del capital y los gerentes a sus órdenes tuvieran completa libertad para dirigir sus organizaciones, esta regularidad que predice Peter sería la excepción. El Principio de Peter no es inherente a la realidad organizacional, sino la consecuencia indeseada de haber restringido legalmente la función empresarial, la libertad contractual y la propiedad privada.