miércoles, 20 de mayo de 2020

El aire de las gasolineras no es gratis

En ocasiones los consumidores pensamos que las empresas fijan precios «excesivos». Esta mañana un buen amigo se queja de que las gasolineras DISA y BP, en Tenerife, cobran 1€ por poner aire a las ruedas del coche. Dice la noticia: «En estos tiempos de drama humanitario [...] ¡Cobrar por el aire! ¡Insoportable e indignante!». Mi amigo afirma que cobrar 1€ por el aire es inmoral. Y yo lo niego. Como cada mañana, después de desayunar, me presto a la refutación de falacias. No hay nada como el gofio canario para tener salud y claridad mental. El titular del periódico es falaz porque la gasolinera no cobra por el «aire», sino por el servicio que presta una máquina que inyecta «aire a presión» en los neumáticos.

El aire es un bien «no económico»: es superabundante y libre en la naturaleza. Nadie paga ni cobra —de momento— por respirar. Sin embargo, para producir aire comprimido necesitamos máquinas y un sitio habilitado, ambas cosas son bienes escasos o «económicos». La economía tiene que ver con la escasez. Las empresas, en ocasiones, no exigen a los clientes el pago por determinados bienes: uso de aseos, aparcamientos, carros de la compra, bolsas, etc.; pero eso no significa que sean gratis. «Nada es gratis». Tampoco es gratis el agua, el papel, los guantes de plástico, los compresores y la electricidad que consumimos en las gasolineras. Tan justo es exigir el pago por el servicio de aire a presión como por el servicio de lavado (agua a presión). A pesar de ello, la mayoría de gasolineras, por diversas razones, prefiere no cobrar por los servicios de aire a presión y agua corriente.

Murray N. Rothbard
Quienes se escandalizan porque las empresas cobren por lo que antes ofrecían «gratis» cometen un doble error: a) Económico: no entienden que los bienes económicos nunca son gratis, que alguien los está pagando; b) Ético: acusan a las empresas por exigir una legítima contraprestación. Las injustas condenas morales sobre algunas cuestiones económicas —dinero, lucro, usura, comercio, capitalismo— tienen su origen en una incomprensión de la Ciencia económica, es decir, de la realidad de las cosas (Rothbard: 2009).

Pero aquí no acaba la polémica. Si cobrar por el aire a presión o el precio nos parece excesivo, ¿qué podemos hacer al respecto? Hay dos posturas, que llamaré «estatista» y «liberal». El hombre estatista acude a los políticos para que «intervengan» y utilicen la violencia legislativa (B.O.E.) en contra del dueño de la gasolinera, por ejemplo, imponiéndole la gratuidad del servicio o fijando un precio máximo. El propietario, a su vez, reaccionará ante la injusticia: podría quitar la máquina o ponerle el cartel de «AVERIADA», lo cual exige una nueva intervención del gobierno, por ejemplo, sancionando a las empresas que no ofrezcan el servicio. El empresario, encabronado, reaccionará de nuevo: mantendrá la máquina funcionando, pero sin presión; y así, alternativamente, se produce una lucha entre el gobierno y el propietario del negocio. El intervencionismo no tiene fin (Rothbard, 2013), para conseguir sus objetivos debe actuar hasta la total destrucción del mercado y la función empresarial. Bienvenidos al socialismo.

La postura del hombre liberal es distinta, pues entiende los costes del servicio y el derecho de cobro del propietario de la estación de servicio. El liberal, si no desea pagar, simplemente cambia de gasolinera; pero si su enfado fuera mayúsculo, seguirá actuando éticamente, por ejemplo, boicoteando a DISA y BP. El boicot comercial es una acción pacífica y legítima donde los promotores persuaden a otros para que se abstengan de consumir ciertos productos o servicios. En cambio, los matones sindicales no boicotean ni persuaden, sino que coaccionan.

Para rizar el rizo, supongamos ahora que los gasolineros se cartelizan y pactan precios: todos cobrarán 1€ por el aire a presión. ¿Podemos ahora exigir la violencia política contra los empresarios? Tampoco, porque acordar precios no es un acto violento. Lo ético es pedir al gobierno más competencia: libre  entrada de competidores (gasolineras) y que los negocios existentes —restaurantes, centros comerciales, tiendas, clubes— sean libres de ofrecer este servicio a sus clientes. Un hombre ético no acude a los políticos para obtener cosas «gratis» o precios «justos» a expensas de otros, violando con ello su libertad y su propiedad. «Lo único justo es dejar hacer».



Bibliografía

Rothbard (2009). La Ética de la Libertad. [Versión Kindle]. Madrid: Unión Editorial.
----------- (2013). Poder y Mercado. [Versión Kindle]. Guatemala: UFM.


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