miércoles, 28 de mayo de 2014

El día de Canarias


El 30 de mayo se celebra el día de Canarias. Año tras año, el Gobierno regional inicia una campaña de propaganda emotiva en todos los medios: TV, radio, prensa, vallas publicitarias, etc., que se añade a los múltiples actos institucionales de exaltación del espíritu nacional canario, objetivo estratégico que los políticos nacionalistas vienen impulsando desde hace tiempo. Mientras a estos se les ve el plumero con su indecente manipulación de los sentimientos, a los pobres canarios cada vez les quedan menos plumas que exhibir. 

Durante la etapa del boom económico el incremento de la recaudación fiscal permitió a los gobernantes multiplicar su poder y su capacidad de gasto público. Los responsables de Hacienda no se podían creer la inmensa cantidad de dinero que entraba en las arcas del Estado. La burbuja crediticia, ocasionada por la Banca con reserva fraccionaria y por tipos de interés artificialmente bajos, pronto se convirtió en burbuja económica (principalmente inmobiliaria y de obra pública) y ésta última en burbuja de las Administraciones Públicas. Miles de nuevos políticos y funcionarios aumentaron la plantilla de la Comunidad Autónoma, Cabildos y Ayuntamientos. A la Hydra estatal le crecieron más cabezas que nunca. Para mayor desgracia, la casta perfeccionó su particular sistema de robo y corrupción a gran escala: las empresas públicas. Cuando la burbuja económica estalló a finales de 2007, con sus nefastos pero inevitables efectos en forma de sana recesión, los ingresos fiscales cayeron en picado pero los parásitos que hoy celebran y exaltan la fiesta nacional canaria, en lugar de despedir a familiares, amigos y clientes políticos (como hubiera sido necesario) se han dedicaron al desplume salvaje de los canarios y a empeorar sus ya maltrechas economías. 

La subida del IBI ha sido escandalosa en muchos ayuntamientos (Santa Cruz de La Palma), el deterioro de los servicios públicos ha sido notable, la insaciable Aduana canaria ha perjudicado a los consumidores aislando a Canarias aún más del exterior, las sanciones preventivas a las empresas y la violación sistemática de los derechos de propiedad; todas estas tropelías se han perpetrado por no querer ajustar el presupuesto. Ante la crisis, individuos y empresas han tenido que apretarse el cinturón y gastar de acorde a lo que ingresan pero la casta ha preferido mantener sus indecentes hoteles, campos de golf, casinos de juego, empresas tecnológicas y resto de antros mafiosos. Todo para enriquecer a unos pocos a expensas del resto de canarios.

Después de la burbuja pública, el segundo gran problema es el intervencionismo: la incompresible ley de Obligaciones de Servicio Público encarece el precio del transporte aéreos e impide de facto la competencia en el sector; la moratoria turística viola el libre ejercicio de la función empresarial y reduce el valor de los terrenos. En definitiva, los canarios sufren la agresión institucional propia de un gobierno nacional socialista. Intentar que la sociedad funcione a base de mandatos coactivos es imposible. Tampoco el tamaño de la población o la inmigración constituyen un problema pues la riqueza proviene de una mayor división horizontal y vertical del trabajo. Singapur, una de las naciones más prósperas del mundo, tiene aproximadamente la misma superficie que la isla de La Palma y más de cinco millones de habitantes. Las claves de su progreso son: Estado reducido, bajos impuestos, libertad económica y seguridad jurídica, algo que los políticos canarios deben conocer muy bien ya que se han dedicado sistemáticamente a hacer todo lo contrario. 

El canario en libertad que se dibuja en el eufemístico cartel del Día de Canarias 2014 en nada se parece al canario real: sin plumas, ni color, abatido, cabecibajo, flaco como un cangallo de pagar tantos impuestos, enjaulado tras los barrotes del intervencionismo y sin poder volar a causa de la arbitrariedad legislativa y la agresión gubernamental. Particularmente, no encuentro motivo alguno para celebrar nada, más bien al contrario, ante este panorama sólo podemos esperar oprobio y miseria.

domingo, 11 de mayo de 2014

Tenis Madrid Open 2014 y la fijación de precios

Ayer sábado pasé una velada muy agradable en compañía de mi primo Diego y su mujer Lola en la Caja Mágica viendo el torneo Masters 1000 de tenis de Madrid. Habíamos comprado la entrada más barata, que costaba 75€, e incluía dos partidos: el primero, la semifinal masculina entre Ferrer y Nishikori y a continuación la final de dobles femenina entre Muguruza-Suárez y Errani-Vinci. Pero mi comentario de hoy no es de tipo deportivo sino económico, en concreto, analizaré el sistema de fijación del precio de las entradas y los resultados de esa importante decisión empresarial. En primer lugar, resulta extraño que una entrada incluya la posibilidad de ver dos partidos. Es como si usted fuera al cine y le vendieran las entradas a pares para ver dos películas distintas, en lugar de venderlas cada una por separado. Fijar de forma agregada el servicio y el precio: "dos partidos en uno" causa varios efectos: a) algunos consumidores renunciarán a la compra conjunta porque, tal vez, desean ver sólo uno de los dos partidos y no están dispuestos a pagar un sobrecoste, otros, quizá, sólo disponen de un número limitado de horas de ocio y tampoco desean pagar por algo que no van a disfrutar;  b) un segundo grupo estará dispuesto a pagar gustosamente el precio agregado porque desean ver ambos partidos; c) por último, tenemos al grupo de mayor interés: los consumidores que sólo desean ver un partido de tenis pero están dispuestos a pagar por dos. Esto fue lo que sucedió ayer en la Caja Mágica. El primer partido tenía mucha mayor demanda (80% ocupación del recinto, aproximadamente) y cumplió sobradamente las expectativas: el japonés se impuso al español en un duelo épico que duró tres horas. Tras una breve pausa para acondicionar la pista hicieron su aparición las féminas para jugar la final de dobles. El público, una vez saciado de tenis, abandonó en masa las instalaciones quedando apenas espectadores para cubrir el 5% del aforo. ¿Cuáles pueden ser los motivos para que la organización haya decidido vender las entradas de forma agregada? Aquí podemos contemplar varias hipótesis: 1) habrá muchos más consumidores de los grupos b) y c) que del grupo a) y el beneficio económico será mayor; 2) la organización quiere fomentar el deporte femenino y trata de inducir una mayor audiencia: si vendemos el paquete siempre habrá más publico en el evento menos demandado que si se vendieran las entradas por separado; 3) una última posibilidad es de tipo operativo: si vendemos los dos partidos por separado, será preciso desalojar el recinto para volver a pedir las entradas, o bien, disponer de un equipo de revisores que verifique que los espectadores que permanecen en su sitio poseen la entrada para el segundo partido. En cualquier caso, después de lo observado ayer, podemos extraer algunas conclusiones de marketing: primera, nunca sabremos cuantos consumidores renunciaron a la compra [grupo a)] y se quedaron en su casa; segundo, podemos adquirir información sobre el grupo b) mediante estudios de mercado, en particular, encuestando a los espectadores que permancen hasta el final; tercero, respecto del grupo c) es posible afirmar con seguridad que está compuesto cuantitativamente por todos aquellos espectadores que, habiendo pagado todo, abandonaron el recinto tras la finalización del primer partido. Sin duda, el coste de oportunidad de permanecer y ver el segundo partido era superior al valor de presenciarlo, o dicho de otro modo: los consumidores subjetivamente asignan mayor valor a otra actividad alternativa. Por tanto, es posible afirmar, suponiendo unas estimaciones de asistencia de 80% y 5%, respectivamente, y que el número de consumidores que paga todo para ver exclusivamente el segundo partido es despreciable; que 75% del aforo del estadio es igual al número de consumidores del grupo c).
Veamos algunas conclusiones: 1) los consumidores del grupo c) han sufrido una pérdida económica al pagar por un servicio no deseado. 2) que el segundo partido sea un desierto de público es también una pérdida empresarial, sea en términos económicos (entradas no vendidas), sea en términos de imagen (final deslucida). El error es muy simple: la organización del torneo ha elegido un sistema de fijación del precio que no permite diferenciar la distinta demanda de dos ofertas de ocio distintas. El precio tiene una doble función en el mercado: determina qué consumidores se adjudicarán los bienes y servicios e indica a los empresarios qué decisiones deben tomar si quieren incrementar beneficios y reducir pérdidas. En el Masters 1000 de Madrid, según mi punto de vista, el precio de las entradas era demasiado alto y por eso observábamos muchos asientos vacíos: había más oferta que demanda. En la próxima final de la UEFA Champions League entre Real Madrid y Atlético de Madrid probablemente ocurra lo contrario: los precios serán demasiado bajos y la demanda excederá a la oferta; en este caso, al menos, el mercado arbitrará una solución efectiva: la reventa de entradas. 
Conclusión: en el caso del tenis ¿cuál sería la solución? fijar dos precios distintos, uno para el primer partido, por ejemplo 70€ y otro para el segundo, por ejemplo 5€. De esta forma, tras la experiencia de cada año, la organización va ajustando los precios al alza o a la baja de cada partido específico hasta procurar igualar oferta y demanda. La finalidad siempre es llenar el recinto ya que el coste marginal (por unidad) disminuirá a medida que se incremente el número de espectadores. En este tipo de decisiones de marketing es preciso despojarnos de prejuicios. La economía y la ética son ciencias distintas y el mercado no admite fácilmente sesgos ideológicos o valoraciones subjetivas de corte igualitario como podría ser una supuesta e imaginaria "justicia de género". Es un hecho que los consumidores valoran más el deporte masculino que el femenino y, en el caso del tenis, prefieren los partidos individuales a los dobles. Esto es así y no existe norma ética alguna que nos diga que debería ser al contrario. Los consumidores son soberanos para gastar su dinero como deseen e intentar forzar sus preferencias no suele dar buenos resultados. Cuando el mercado es coaccionado suele reaccionar en sentido contrario a las intenciones del planificador.

martes, 22 de abril de 2014

La abstención como castigo

Llegan las elecciones europeas y la principal preocupación de todos los políticos de todos los partidos es la abstención. De aquí al 25 de mayo todos los candidatos nos repetirán hasta la saciedad que no importa a quien votemos pero que vayamos a votar. Temen una elevada abstención porque retirarles el voto es quitarles la escasa legitimidad que tienen y que necesitan imperiosamente para seguir justificando su parasitaria existencia. 
Ir a votar, en las actuales circunstancias, es respaldar toda la maldad y villanía que esta casta extractiva e inmoral viene exhibiendo en España desde 1978: fraudes, robos, engaños, manipulación de la justicia, indultos escandalosos, tramas de corrupción masiva, enchufismo, nepotismo, impuestos confiscatorios, dilapidación del dinero público expropiado a los ciudadanos, gastos suntuosos, dietas vergonzosas, intervencionismo asfixiante, alianzas mafiosas con la banca (rescates) y compañías eléctricas, multas de tráfico con fines recaudatorios, sanciones preventivas a las empresas, etc. Todo un cúmulo de atropellos a los derechos fundamentales de los ciudadanos, especialmente al derecho de propiedad. 
Es precisamente la abstención activa (no ir a las urnas), inteligente y orgullosa lo que más daño hace a esta delincuencia organizada desde el Estado, lo que más se merecen y, por ello, lo más recomendable para -como recomienda Antonio García-Trevijano-demoler el actual Estado de partidos y abrir un periodo constituyente que reforme el actual sistema político.

martes, 18 de marzo de 2014

El arte de mentir

Es una idea ampliamente aceptada que en las sociedades democráticas todo político debe mentir para realizar adecuadamente su función. Esta realidad debería ponernos en alerta. El político demócrata, salvo honrosa excepción, es un auténtico maestro del uso engañoso del lenguaje. Desde sus inicios como jóvenes militantes en los partidos políticos, a la vez que pegan carteles en los muros, los que harán de la política su forma de vida, van aprendiendo con interés y dedicación todas las técnicas lingüísticas más útiles de esa bruta profesión: hablar sin decir nada, eludir preguntas molestas o comprometedoras, decir una cosa y la contraria en el mismo discurso, atacar ad hominem al rival político, elogiar siempre al entrevistador, tener siempre un "as debajo de la manga", manejar cifras previamente manipuladas, buscar siempre la emotividad, abusar de las metáforas, tener firmeza en la voz y siempre mirar a los ojos cuando la mentira y el engaño sean más evidentes. El presidente Zapatero era un auténtico maestro del arte de mentir y algunos piensan que su gran capacidad de engañar a los demás consistía en engañarse previamente a sí mismo. En un sistema democrático solamente aquellos hombres más hábiles en el manejo fraudulento del lenguaje serán los que de forma natural ganen elecciones. 

En el Antiguo Régimen, tener un rey justo o un déspota era una cuestión de azar, pero tal y como afirma Hans-Hermann Hoppe, la democracia asegura virtualmente que sólo los peores hombres, los más falsos y ruines, alcanzarán el poder. El político demócrata es una especie de Maquiavelo moderno capaz de teatralizar cualquier situación a su favor capitalizando los éxitos y disfrazando los fracasos. Todo ello con altas dosis de convicción. Experto en el arte sofista, su modus operandi no consiste en decir la verdad de las cosas sino en disfrazarla para que resulte los más agradable posible al oído del votante. Sus objetivos sólo son dos: alcanzar el poder y mantenerse en él todo el tiempo posible viviendo, cuál parásito, de expropiar el dinero a los ciudadanos.

domingo, 27 de octubre de 2013

Nelson: ¿héroe o pirata?

Entre el 22 y el 25 de julio de 1797 el almirante de la Real Marina Británica, Lord Horacio Nelson, atacó la ciudad de Santa Cruz de Tenerife con la intención de someter esta isla canaria al mandato de la Corona Británica. Las fuerzas invasoras contaban con 4 navíos, 4 fragatas y 900 hombres para realizar el desembarco. La defensa, al mando del general Antonio Gutiérrez de Otero, estaba compuesta principalmente por milicias populares, unos 1.700 efectivos, pues la plaza contaba con pocos militares. Las pérdidas humanas fueron, por parte británica, 349 bajas: 44 muertos en combate, 177 ahogados, 5 desaparecidos y 123 heridos; entre ellos el propio Nelson que perdió el brazo derecho durante el ataque. Las bajas canarias se redujeron a 72: 32 muertos y 40 heridos. No es mi intención hacer un relato histórico de la gesta sino reflexionar sobre el culto que tradicionalmente se les ha dispensado a los invasores y conquistadores. No creo que el hecho de agredir, matar, destruir o amenazar usando la violencia, sea en nombre propio -como los piratas- o en nombre de una nación -como los militares- pueda ser considerado digno de elogio. Solamente la defensa privada o pública de la vida y la propiedad puede ser tenida por un acto legítimo y noble. La admiración por la gestas militares ha sido tan alta en la historia, que la propia ciudad de Santa Cruz de Tenerife, olvidando el oprobio del inglés atacante y deshonrando la memoria de sus defensores muertos y heridos, posee una calle dedicada al insigne pirata. 

El único homenaje a las víctimas del ataque de 1797 lo constituye una estatua de bronce "El grito" o "La mujer embarazada", alegoría a la desesperación y el dolor de una madre que pierde a su hijo. Y también, la modesta calle dedicada al héroe de la defensa, general Gutiérrez. 
Que la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, después de haber borrado los nombres de muchos militares españoles que participaron en la guerra civil (1936-1939), mantenga la calle dedicada a Horacio Nelson, un pirata al servicio de la corona británica, es una ofensa a la memoria de los canarios que defendieron la ciudad, a sus descendientes y a los actuales ciudadanos de Santa Cruz. Nunca sabremos si los muertos, heridos y familiares de los caídos en la contienda hubieran perdonado tan infame e injustificada agresión pero, aunque así fuera, no parece apropiado que los gobernantes de un pueblo digno y honrado, como el santacrucero, honren la memoria del jefe de una banda de criminales. Por ello, propongo que el nombre de la referida calle Horacio Nelson, situada en el barrio de Salamanca de la capital tinerfeña, sea sustituido por el de "Defensores del 25 de Julio" o "Héroes del 25 de Julio".


miércoles, 18 de septiembre de 2013

Sobre la renovación de la planta hotelera en Canarias

Escucho con frecuencia en la radio a políticos, periodistas y tertulianos varios hablando sobre qué estrategias son más convenientes para el turismo en Canarias y no puedo sentir otra cosa que una mezcla de tristeza y cólera frente a tanto desatino. No es que yo tenga la solución para que los hoteles se llenen de turistas, ni mucho menos, el problema es que ellos: jerarcas de la política canaria, indigentes intelectuales que jamás han abierto un libro de economía, esos que nunca han pisado la empresa privada, ni llevado un negocio propio y mucho menos dirigido un hotel, pretenden saber mejor que nadie qué conviene a empresarios y turistas. Es difícil encontrar, a la vez, tanta arrogancia e idiocia.

Los empresarios no son infalibles, ni mucho menos, pero si alguien está capacitado y avalado por la experiencia para tomar las mejores decisiones empresariales son ellos. Los políticos deberían de abstenerse de intervenir en la economía y, en este caso, en el turismo. En primer lugar, los hoteles y los terrenos para construir nuevas instalaciones son propiedad privada y, a nadie, excepto a sus propietarios, corresponde decidir sobre ellos. Impedir la construcción de nuevos hoteles y subsidiar la rehabilitación de los viejos es un acto arbitrario e ilegítimo que viola los derechos de propiedad. En el primer caso, se viola la libre disposición de un terreno particular y en el segundo, se beneficia al hotelero subsidiado a expensas del dinero expropiado a los ciudadanos.
Además, en ambos casos, siempre existe la posibilidad de que políticos y funcionarios prevariquen favoreciendo a sus amigos o exijan mordidas a cambio de favores. Recordemos que intervencionismo y corrupción política van siempre de la mano. Por este motivo, entre otros, a los políticos les encanta intervenir y "reparar" las imperfecciones del mercado. Lo que siempre sucede es que la "mano invisible" del mercado se sustituye por la "patada visible" del Gobierno.

Otra intervención perniciosa sería forzar a las entidades bancarias a otorgar créditos preferentes para la rehabilitación de la planta hotelera, es decir, a un interés inferior al que fijara libremente el mercado financiero; o presentar avales públicos en favor de los hoteleros que pidan créditos. De este modo, el mayor riesgo crediticio se traslada artificialmente a los bancos o a los contribuyentes, según cada caso.  
No parece, por tanto, extraño que el lobby hotelero (ASHOTEL) se frote las manos y pida "mayor dotación económica para la renovación de la planta hotelera".


Los políticos, no entienden -o no quieren entender- cómo funciona el mercado. No admiten que los turistas, tal vez, prefieran alojarse en hoteles viejos a cambio de un precio menor. Tampoco entienden que los empresarios, que arriesgan su dinero, opten por agotar la propiedad y no invertir si no vislumbran suficientes ganancias futuras. No existe diferencia conceptual alguna entre agotar la vida útil de un hotel y la de otro negocio cualquiera, ¿por qué empeñarse en rehabilitar los hoteles y no los bares, taxis u hospitales? Si alguien decide no pintar su casa o mantener en uso un coche viejo ¿qué problema hay? Subsidiar la renovación de un edificio es igual de nocivo que el plan PIVE: se beneficia a las industrias hotelera y automovilística, respectivamente, a expensas del contribuyente.

Querer diseñar, mediante la coacción legislativa, un "modelo turístico" arbitrario interfiriendo los deseos del mercado es una ensoñación propia de ilusos que sólo perjudica a empresarios, turistas y contribuyentes. Una gran virtud del liberalismo es precisamente tener la humildad de reconocer que la información necesaria para tomar buenas decisiones económicas está dispersa en el mercado y nunca en la mente de unos cuantos políticos iluminados.